Capítulo 2: El Principio del Fin
Después de haber dicho por decimonovena vez “Lo siento mucho”, me mareé,
me caí, me golpeé la cabeza, y perdí la consciencia—o eso es lo que me dijeron.
Esto
fue mientras trabaja a tiempo medio en un patio cervecero. La causa era obvia.
A cualquiera le pasaría si tuviera que trabajar bajo el calor sofocante sin poder
comer. Imprudentemente, caminé por mi cuenta hacia mi apartamento después de
eso, pero mis ojos se sintieron como si estuviesen siendo arrancados desde
dentro, así que terminé yendo al hospital de todas maneras.
Al
tomar un taxi hacia la sala de emergencias, mi ya desesperada situación
financiera empeoró aún más. Encima de todo eso, mi jefe me dijo que me tomar un
tiempo del trabajo. Eso significaba que tenía que reducir los gastos aún más,
pero ya no sabía qué quedaba por reducir. Ya ni siquiera podía recordar la
última vez que tuve una comida con carne. No me había cortado el cabello en
cuatro meses, y no había comprado una sola prenda de ropa desde el abrigo que
compré hace dos inviernos. No me había reunido con nadie desde que empecé la
universidad.
Tenía
razones para no pedir ayuda a mis padres; Tenía que arreglármelas con mis
propios ingresos.
Dolió
tener que vender mis discos y libros. Todos fueron usados y cuidadosamente
elegidos con el criterio más estricto para asegurar que tuviese lo mejor de lo
mejor. Pero sin una computadora o televisión, aquello era lo único que tenía
que valía dinero.
Antes
de despedirme, decidí escuchar cada disco una vez más en orden. Me puse mis
audífonos, me tiré en el tatami, y presioné el botón de reproducir. Y entonces
prendí el ventilador de aspas azules que había comprado en una tienda de
segunda mano. Y periódicamente iba a la cocina para llenar mi vaso de agua.
Fue
la primera vez que me perdía unas clases de la universidad. Pero sabía que a
nadie le importaría que me ausentara. Tal vez ni hayan notado mi ausencia.
Uno
por uno, moví los discos de la pila de la derecha a la pila de la izquierda.
Era
verano, y tenía veinte. Pero, como Paul Nizan una vez escribió, “No dejaré que
nadie diga que esos son los mejores años de tu vida.”
De
aquí a diez años, algo nos ocurrirá. Algo genial. Y entonces, por fin estaremos
felices de estar vivos, Himeno lo había
profetizado en aquel entonces, y estaba totalmente equivocada. No hubo nada
“bueno” que me haya ocurrido, por lo menos a mí, y tampoco iba a mejorar
pronto.
Me
pregunté qué estaría haciendo ahora. Su familia se mudó en el verano de cuarto
grado. No la he visto desde entonces.
No
se suponía que fuera así.
Pero
tal vez haya sido lo mejor. De esta manera, no tendría que observar en lo
aburrido y ordinario que me he convertido en el transcurso de la escuela media,
secundaria y universidad.
Por el otro lado, se
podría decir que, si mi amiga de la infancia hubiese ido a la escuela media
conmigo, tal vez no habría terminado de esta manera. Cada vez que ella estaba
cerca, me sentía nervioso—pero en el buen sentido. Si hacía algo estúpido, ella
se reía de mí, y si realizaba algo loable, ella se frustraba. Creo que esta
clase de motivación sacaba lo mejor de mí.
Era un arrepentimiento
que volví a tener bastante seguido durante los últimos años.
Si mi yo joven me viese
ahora mismo, ¿qué pensaría?
Después de tres días
escuchando la mayoría de mis discos, me quedé con unos pocos de los que
consideraba más preciosos y envolví el resto en una bolsa de papel. La otra
bolsa ya estaba llena de libros. Entonces me dirigí hacia la ciudad,
sosteniendo una en cada mano. Después de un tiempo caminando bajo el sol, mis
oídos empezaron a zumbar. Quizás fue solo un sonido fantasma causado por el
zumbido irregular de las cigarras. Sonaba como si una de ellas estuviera junto
a mi oído.
La primera vez que visité
esa librería fue el verano pasado, unos meses después de comenzar la
universidad. Todavía no tenía un mapa claro del área en mi cabeza y me perdí en
el camino. Hubo un período de casi una hora en el que no comprendí bien por
dónde caminaba.
Después de pasar por un
callejón lateral y subir unas escaleras, encontré la librería. Intenté regresar
allí muchas veces, pero no tenía forma de saber dónde se encontraba. Cuando
tenía intenciones de buscarla, no podía recordar el nombre. Siempre me la
encontraba casualmente cuando me perdía. Era como si la tienda estuviera
apareciendo y desapareciendo, como si tuviese mente propia. Recién este año he
encontrado la manera de llegar ahí sin perderme.
Cuando llegué esta vez,
las glorias de la mañana florecían frente a la tienda. Por pura costumbre,
revisé los estantes de liquidación afuera de la puerta principal antes de
entrar. El interior estaba tenuemente iluminado y olía a papel viejo. El sonido
de una radio venía de la parte de atrás.
Los pasillos eran tan estrechos que solo podía
pasar girando hacia los lados. Finalmente llamé al dueño de la tienda, un
anciano de aspecto tímido y arrugado que se asomó entre pilas de libros. El
anciano nunca le sonrió a nadie, sin importar quién fuera. Cuando llegaba el
momento de pagar, solo miraba fijamente y murmuraba el precio mientras lo leía
de la hoja.
Pero ese día fue diferente. Cuando le dije que
estaba allí para vender libros, esta vez levantó la cabeza y me miró
directamente a los ojos.
Definitivamente podía percibir algo parecido a una
sorpresa en su expresión. Supongo que tenía sentido. Los libros que estaba
vendiendo eran de los tipos tan significativos que querrías mantenerlos, aun si
los hubieses leído decenas de veces. El venderlos supondría como un acto
incomprensible para un ávido lector.
“¿Te estás mudando o algo?” preguntó. Estaba
sorprendido por lo clara que sonó su voz.
“No, no me estoy mudando.”
“Entonces,” dijo mientras observaba la pila de
libros frente a él, “¿por qué realizarías semejante desperdicio?”
“Los papeles no saben bien, y no me aportarán
vitaminas.”
El anciano pareció haber entendido mi broma. “Así
que estás escaso de dinero,” dijo con el ceño fruncido.
Cuando asentí, cruzó sus brazos sin decir nada,
reflexionándolo. Decidió seguir adelante con esto y suspiró. “Tomará unos
treinta minutos evaluarlos,” dijo, y luego llevó los libros a la parte de
atrás.
Salí afuera y observé el tablón de anuncios
descolorido que se encontraba por la calle. Había carteles del festival de
verano, un evento de avistamiento de luciérnagas, observación de las estrellas,
y una lectura pública. Desde la pared detrás del boletín llegó el aroma
familiar de incienso y esteras de tatami, olor corporal y madera.
Las campanas de viento sonaron desde una casa
lejana.
Cuando el anciano terminó de evaluar el valor de
los libros, me entregó cerca de dos tercios de lo que esperaba y dijo, “Oye,
tengo algo que decirte.”
“¿Qué cosa?”
“Necesitas dinero, ¿verdad?”
“Bueno, eso no es nada nuevo,” respondí, desviando
la pregunta, pero eso parecía satisfacer al anciano.
“Escucha, no tengo interés en saber cuán pobre eres
o cómo terminaste así. Solamente tengo una pregunta para ti,” dijo. Después de
una pausa, continuó. “¿Te gustaría vender tu esperanza de vida?” La inesperada
frase retrasó mi reacción.
“¿Esperanza de vida?” Pregunté, tratando de
confirmar lo que quería decir.
“Sí. No soy yo quien la comprará, en realidad. Pero
podrías venderla por mucho.”
Podría haber culpado a mi oído por haber escuchado
mal debido al calor, pero las condiciones no lo ameritaban.
Lo pensé.
Mi conclusión inicial era que el temor del anciano
de envejecer lo había vuelto senil.
Al ver mi expresión, el dueño de la tienda dijo,
“No te culpo por pensar que te estoy engañando. No estaría sorprendido si
pensaras que soy senil. Pero te sugeriría seguirle el juego a este tonto
anciano e ir al lugar del que te hablo. Ya verás que te estoy diciendo la
verdad.”
Tomé su historia con un
grano de sal—pero se redujo a esto.
En el cuarto piso de un
edificio no tan remoto de aquí, se encontraba un negocio que compraba y vendía
vidas. El precio variaba por persona, especialmente con respecto a qué tan
satisfactoria hubiese sido la vida que habrías llevado en ese momento.
“Apenas sé algo sobre ti,
pero por lo que puedo ver, no pareces un mal tipo, y tu gusto por los libros es
admirable. Tal vez valgas algo.”
Recordé aquella memoria de
la clase de moral en mis años de primaria.
Acorde a lo que decía el
hombre, podrías negociar no solo con tu esperanza de vida, sino también con tu
tiempo y salud.
“¿Cuál es la diferencia
entre esperanza de vida y el tiempo?” Pregunté. “Supongo que tampoco comprendo
la distinción entre esperanza de vida y salud.”
“No conozco los detalles.
Nunca les he vendido nada. Pero… ¿tú sabes cómo algunas personas quienes son
extraordinariamente insalubres se las arreglan para vivir décadas, y a veces
algunas personas perfectamente saludables simplemente mueren? ¿No sería esa la
diferencia entre esperanza de vida y salud? Aunque no sabría decirte sobre el
tema del tiempo.”
Dibujó un pequeño mapa y
un número de teléfono en una hoja de notas. Se lo agradecí y salí de la tienda.
Pero estoy seguro de que
cualquiera hubiese llegado a la misma conclusión que yo: y esa es que “la
tienda donde compran tu esperanza de vida” solamente era una fantasía generada
por los deseos de aquel anciano. Tenía miedo de su propia muerte inminente, por
lo que complacerse con una visión de un lugar donde se podría comprar más vida
lo mantenía cuerdo.
Quiero decir, no tiene
sentido, ¿verdad? Una historia que es demasiado conveniente como para ser real.
Mis expectativas solo
fueron parcialmente correctas.
Efectivamente no era un
acuerdo fácil de aceptar.
Pero mis expectativas
también fueron parcialmente incorrectas.
Había
una tienda que compraba y vendía esperanza de vida.
Después de vender mis
libros, me dirigí hacia la tienda de discos en la ciudad. El calor que irradiaba
el asfalto
era horrendo,
y el
sudor brotaba
de cada
parte de
mi piel.
También estaba sediento, pero no tenía nada de dinero para gastarlo en una
bebida de una máquina expendedora. Tuve que lidiar con eso hasta que llegué al
apartamento.
A diferencia de la librería, la tienda de discos sí tenía
aire acondicionado. Cuando las puertas automáticas se abrieron y el aire frío
envolvió mi cuerpo, sentí ganas de estirarme. Tomé un profundo respiro y dejé
que el aire se adentrara en mi cuerpo. La tienda estaba reproduciendo una pieza
de verano que era popular alrededor del tiempo cuando empecé la secundaria.
Me dirigí al mostrador y llamé al empleado de cabello
decolorado que siempre se encontraba allí, luego levanté mi otra bolsa y la
señalé. Me observó con sospecha. Después su expresión cambió, sugiriendo que
estaba realizando algún acto de traición. Aquella mirada decía, “No puedo creer
que alguien como tú se esté deshaciendo de tantos discos simultáneamente.” En
otras palabras, la misma reacción que tuvo el anciano de la librería.
“¿Cuál es la situación, amigo? me dijo el empleado. Era
un hombre delgado en sus veinte con ojos caídos. Llevaba una camiseta de una
banda de rock y unos vaqueros desgastados. Sus dedos siempre se movían
inquietos.
Tal y como lo había hecho en la librería, le expliqué por
qué necesitaba vender mis discos, y el empleado aplaudió y dijo, “En ese caso,
tengo algo que decirte que podría interesarte. Se supone que no debería decirte
nada de eso, pero tengo que admitir que tienes un increíble gusto musical, así
que te lo diré, solo por esta vez.”
Sonaba, palabra por palabra, a lo que un estafador diría.
Él dijo, “Hay un negocio en la ciudad que puede comprar
tu esperanza de vida.”
“¿Esperanza de vida?” repetí. Por supuesto, así fue como
respondí la vez anterior. Pero no pude evitarlo.
“Sí, esperanza de vida,” dijo, con total seriedad.
¿Acaso existe algún juego donde las personas engañan a
los pobres?
Estaba pensando sobre
cómo responder a eso cuando se adentró a una breve explicación. En gran medida,
era lo mismo que había dicho el anciano de la librería, pero este tipo
aseguraba que él lo había hecho. Le pregunté cuánto dinero había conseguido por
eso, pero después pretendió hacerse el tímido. “No me siento muy cómodo
diciéndolo.”
El hombre con el cabello
descolorido dibujó un mapa y escribió un número de teléfono y me los entregó.
Como esperaba, coincidía perfectamente con la información que me había dado el
anciano.
Le di las gracias y me
fui. Tan pronto como regresé bajo el sol otra vez, el opresivo y ceñido calor volvió,
abrazando todo mi cuerpo. No hay problema si solo es esta vez, me dije a
mí mismo. Puse una moneda dentro de una máquina expendedora cercana y
eventualmente me decidí por una sidra de manzana.
Sostuve
la lata entre ambas manos para disfrutar del frío, entonces abrí la tapa y me
tomé mi tiempo para beberla. La dulzura única de la bebida llenó mi boca. Había
pasado mucho tiempo desde que tomé una gaseosa, así que cada burbuja me picó en
la garganta. Cuando acabé con el último sorbo, arrojé la lata vacía en un
basurero.
Tomé
los dos mapas de mi bolsillo y los observé. La distancia era posible hacerse a
pie.
Si
me dirigía hacia aquel edificio, de acuerdo con la historia, me pagarían para
quitarme mi esperanza de vida o tiempo o mi buena salud.
Qué
estupidez.
Chasqueé
mi lengua, hice una bola con los mapas y los tiré.
Pero
terminé parado frente al edificio de todas maneras.
Tenía
una estructura vieja. Las paredes se encontraban tan oscuras por la antigüedad
que resultó imposible saber de qué color estaba pintado originalmente.
Probablemente el mismo edificio no lo recordaba. Era estrecho, como si los
edificios vecinos lo estuvieran comprimiendo en una forma más pequeña.
El
elevador no funcionaba, así que tuve que subir las escaleras hacia el cuarto
piso. Di un paso agotador a la vez, a través de la luz fluorescente amarillenta
y el aire húmedo.
No
creía en la historia sobre vender la esperanza de vida. Pero sí lo había
interpretado desde otra perspectiva: Tal vez, por ciertas razones que aquellos
dos hombres no podían explicar directamente, había un tipo de trabajo que
involucraba el riesgo de perder años de vida, pero pagaba muy bien.
La
primera puerta que vi en el cuarto piso no tenía ningún cartel. Aun así, tenía
certeza de que era el lugar del que estaban hablando.
Contuve
la respiración y observé el picaporte por unos cinco segundos, luego me acerqué
y lo agarré.
El
espacio del otro lado estaba inesperadamente limpio, teniendo en cuenta el
aspecto en el exterior del edificio. Pero eso no me sorprendió. Había vitrinas
vacías en el centro de la habitación y estantes vacíos que cubrían las paredes,
pero todo eso me resultó natural.
Por
el otro lado, la habitación era muy extraña, percibida desde el sentido común.
Como un joyero sin joyas. Como una tienda de gafas sin gafas. Una librería sin
libros.
Hasta
que escuché la voz, ni siquiera me había dado cuenta de que se encontraba una
persona parada a mi lado.
“Bienvenido.”
Me
giré hacia el sonido y vi a una mujer sentada vistiendo un traje. Ella me
observó con tasación a través de sus gafas con un marco delicado.
Me
ahorró el trabajo de preguntarle qué tipo de tienda era al plantear el tema
antes de que pudiese hablar. “¿Tiempo? ¿Salud? ¿Esperanza de vida?” Estaba
cansado de pensar.
Si
quieres divertirte a mi costa, adelante.
“Esperanza
de vida,” dije sin dudar.
Le
estaba por seguir el juego. Ya no tenía casi nada que perder llegados a ese
punto.
Las
vagas expectativas que tenía eran que a mi vida le quedaban unos sesenta años,
lo cual debería darme alrededor de seiscientos millones de yenes. No tenía la
misma confianza que en la primaria, pero tenía certeza de que mi valor era
mayor que el de una persona promedio. En otras palabras, concluí que cada año
debería valer unos diez millones de yenes.
Incluso
en ese momento de mi vida, no podía escapar de la idea de que era especial.
No había nada que apoyara esa presunción. Solamente estaba arrastrando la
gloria de mi yo pasado conmigo. Uno de estos días, voy a triunfar tanto que
todo ese tiempo que desperdicié parecerá nada.
A
medida que pasaban los años, el éxito con el que soñaba creció aún más. Las
personas tienden a apuntar más alto cuando las cosas se ven más complicadas,
esa es la naturaleza del humano. Como cuando estás diez puntos abajo al final
del partido, jugar a lo seguro con un toque de sacrificio no te llevará a
ningún lado. En su lugar, aspiras a un gran bateo, aun sabiendo que las
probabilidades de fallar son mayores.
Con
el tiempo, incluso comencé a pensar en la gloria eterna. El tipo de éxito en el
que todos conocen tu nombre, un éxito que se inmortaliza y nunca desaparece.
Estaba llegando al punto en que nada menos podría salvar mi vida.
Para
que alguien como yo pudiese solucionar sus problemas y hacer las cosas bien,
probablemente necesitase a alguien que completa y absolutamente me despertara
de mi ilusión. Necesitaba ser degradado a absolutamente nada cuando no tenía
escape y sin ningún medio para defenderme.
En
ese sentido, vender mi esperanza de vida parecía como la decisión correcta.
Porque
fue en ese momento donde aprendí que no solo había desperdiciado mi pasado,
sino también mi futuro estaba destinado a lo mismo.
Tras
un diagnóstico más detallado, la mujer de traje resultó bastante joven. En
términos de apariencia física, probablemente haya estado entre los dieciocho y
veinticuatro años de edad.
Ella
me dijo que el periodo de examinación duraría alrededor de tres horas. Ya se
encontraba escribiendo en la computadora a su lado. Supuse que habría algún
tipo de papeleo tedioso involucrado, pero ella dijo que ni siquiera requería
darle mi nombre. Y en solamente tres horas, ya sabría el valor de mi
supuestamente invaluable resto de vida. Por supuesto, ellos decidirían el
número, así que no se trata de un valor universal. Pero era uno
promedio.
Dejé
el edificio y vagué por los alrededores sin ningún objetivo. El cielo se estaba
volviendo oscuro. Mis piernas estaban exhaustas. Tenía hambre. Quería encontrar
un restaurante donde pudiese sentarme y descansar, pero no poseía suficiente
dinero para hacer eso.
Afortunadamente,
encontré unos cigarrillos y un encendedor de cien yenes en un banco dentro del
distrito comercial. Eché un vistazo por el área, pero no pude encontrar al
supuesto dueño. Me senté en el banco y discretamente los guardé en mi bolsillo,
luego me paré al lado de un montón de desechos y encendí el cigarrillo. Había
pasado tanto tiempo desde la última vez que fumé que me dolió la garganta.
Pisé
el cigarrillo y me dirigí hacia la estación. Me estaba dando sed otra vez.
Me
senté en el banco de la plaza y observé a las palomas. Una mujer de mediana
edad sentada en el banco de enfrente las estaba alimentando. Su vestimenta
parecía demasiado joven para alguien de su edad, y por la manera en que
arrojaba la comida, indicaba que estaba nerviosa. Me resultó difícil describir cómo me hizo
sentir eso. Por el otro lado, me encontraba íntimamente familiarizado con el
odio a mí mismo que sentí cuando me di cuenta de que observar a las palomas
comiendo pan despertó mi apetito.
Si
tuviese más hambre, bien podría encontrarme peleando por las migajas con los
pájaros.
Por
favor, que mi valor sea agradable y alto, pensé.
Como
cualquier persona cuando sus productos se encuentran siendo evaluados, intenté
mantener mis expectativas bajas. Mi estimación inicial era de seiscientos
millones de yenes por mi esperanza de vida, pero decidí que lo mejor sería optar
por el número más bajo posible para así no decepcionarme cuando obtuviera el
diagnóstico, aun si el número termina siendo bajo.
El
valor al que llegué fue de trescientos millones.
Cuando
era un niño, creí que mi vida valdría tres billones de yenes. Comparado con aquello,
esta era una estimación muy humilde.
Pero
aún estaba siendo muy ingenuo con respecto a mi bajo valor. Pude recordar lo
que dijo Himeno sobre las ganancias de toda la vida de un asalariado japonés,
que rondaban entre los doscientos y trescientos millones de yenes. Pero recordé
que inmediatamente después de que aquella sombría compañera de clases con un
futuro depresivo comenzó a hablar, había pensado, Seguro, si tuviese una
vida como la de ella, yo tampoco le pondría un precio. Probablemente tenga
pérdidas.
Regresé
a la tienda más temprano, me senté en el sofá, y comencé a quedarme dormido
cuando la mujer dijo mi nombre y me desperté.
Ya
había concluido con el diagnóstico.
La
escuché decir, “Señor Kusunoki.” Pero no podía recordar haberle dicho mi nombre
en ningún momento o mostrarle ninguna identificación. Aparentemente, ella
poseía los medios para aprender tales cosas.
Efectivamente
había algo en este lugar que iba más allá de la comprensión ordinaria.
Pese
a las probabilidades, para cuando regresé al edificio, ya había decidido creer en
esta increíblemente dudosa idea de que alguien podría comprar tu esperanza de
vida a cambio de dinero. Hubo muchos factores complejos que influyeron en mi
punto de vista, pero el más fuerte era aquella mujer.
Tal
vez sea ilógico tener tal impresión sobre alguien a quien acabas de conocer.
Pero sentí… que no había mentiras detrás de lo que ella decía. Simplemente lo
sentía. Hay personas que simplemente detestan la deshonestidad,
independientemente de cualquier noción de rectitud u moralidad,
independientemente de su propia ganancia o pérdida personal. Sentí que ella era
ese tipo de persona.
Cuando
recordé aquel momento más adelante, fue muy sencillo darse cuenta cuán pobre
había sido mi percepción.
Regresando
al tema de mi evaluación…
Cuando
oí a la mujer decir el número tres, mi rostro momentáneamente traicionó a la
parte de mí que aún no se había rendido, o eso es lo que llegué a entender más
tarde. Reaccioné honesta e instintivamente, confirmando que las suposiciones
que hice en mi infancia de tres billones eran correctas.
La
mujer observó mi rostro e incómodamente se rascó su mejilla. Parecía pensar que
no sería correcta dar los resultados de esta manera—en cambio, echó un vistazo
a la computadora, escribió algo en el teclado y colocó una impresión en el
mostrador.
“Este
es el resultado de su diagnóstico. ¿Cuál es su decisión?”
Cuando
vi el número de trescientos mil en la hoja, pensé que se trataba de un valor
por año.
Si
una vida llegaba a los ochenta años, entonces serían unos veinticuatro millones
de yenes.
Veinticuatro
millones, la voz dentro de mi cabeza lo repitió. Sentí toda la
fuerza de mi cuerpo drenándose. ¿Cómo puede ser tan barata?
Fue
en ese momento en que decidí sospechar de aquel lugar una vez más. Podría
tratarse de algún montaje televisivo o de alguna prueba psicológica. Incluso
podría tratarse de un simple y cruel engaño…
Pero
ninguna de mis excusas supuso una diferencia. Lo único que me aportó una ligera
medida de desconfianza fue mi sentido común. Todos mis otros sentidos me
estaban diciendo que lo que estaba diciendo esa mujer era cierto. Y una de las
reglas de mi vida decía que, si te enfrentas a una situación ilógica, tienes
que confiar en tu instinto, no en la racionalidad del “sentido común.”
Simplemente
tenía que aceptar la totalidad de los veinticuatro millones de yenes. Incluso
hacer eso tomó una cantidad considerable de valentía.
Pero
entonces la mujer me comunicó la dura verdad.
“Esto
significa que el valor anual se encuentra en el menor valor posible de diez mil
yenes. Su vida restante se enumera en treinta años y tres meses, por lo que
puede irse ahora mismo con alrededor de trescientos mil yenes.”
Cuando
me reí en ese entonces, no se debió a que tomé sus palabras como una broma,
sino porque, objetivamente hablando, era mi vida la que era una broma.
El
verdadero valor de mi vida era, literalmente, menor de lo que esperaba en
órdenes de magnitud.
“Por
supuesto, esto no indica ningún valor universal. Esto es simplemente el valor
total al que hemos llegado después de haberlo medido con nuestros estándares,”
explicó la mujer.
“Me
gustaría saber más sobre esos estándares,” dije. Ella suspiró con disgusto. Tal
vez haya sido algo que ya escuchó miles de veces.
“La
evaluación detallada es llevada a cabo por un órgano consultivo diferente, por
lo que incluso yo no sé exactamente cómo funciona. Pero por lo que sé, el
resultado es influenciado en gran medida por la capacidad de satisfacer ciertos
valores, tales como la buena fortuna, realización, y contribución… En esencia,
qué tan feliz será por el resto de su vida, qué tan feliz hará a los demás,
hacer realidad sus sueños, y contribuir a la sociedad, todo eso tiene un papel
importante a la hora de evaluar una vida.”
Fue
la imparcialidad de aquello lo que me derrumbó.
Si
solo no fuera feliz, o si solo fallara en hacer feliz a otros, o
si solo fracasara en hacer realidad mis sueños, o si solo no
hiciese nada por la sociedad—si no tuviera valor en al menos una de esas cosas,
podría soportarlo. Pero ser miserable, sin hacer feliz a nadie, fallar en
alcanzar mis sueños, y sin hacer nada por la sociedad, ¿todo eso junto? ¿Qué
esperanza me esperaría teniendo una vida como esa?
Y
para un hombre de veinte años, los treinta años restantes parecían ser
demasiado breves. ¿Acaso me enfermaría gravemente? ¿Me encontraría con algún
accidente inoportuno?
Decidí
ir a por todas y pregunté, “¿Por qué el resto de mi vida es tan corto?”
“Lo
siento mucho,” dijo, inclinando su cabeza, “pero cualquier información
adicional solo puede ser revelada a aquellos clientes quienes eligen vender su
tiempo, salud o esperanza de vida.”
La
miré fijamente y lo consideré. “Dame un segundo para pensarlo.”
“Por
favor, tómese su tiempo,” dijo, pero por el tono de su voz, quedó claro que
quería que me fuera de una vez.
Al
final, elegí vender los treinta años restantes, dejando solamente tres meses. Después
de una vida de trabajos sin salida y de vender mis preciados libros y discos,
había perdido toda resistencia hacia la idea de liquidar todas mis posesiones
por un precio barato.
Mientras
la mujer leía cada parte del contrato, simplemente murmuré para manifestar mi
presencia, pero mi mente se encontraba vacía. Cuando ella me preguntó si tenía
alguna pregunta, dije, “No realmente.” Solamente quería acabar con todo eso y
salir.
Salir
de la tienda. Salir de mi vida.
“Puede
realizar hasta tres transacciones en total,” la mujer explicó. “Eso significa que
tiene dos oportunidades más de vender su esperanza de vida, salud o tiempo.”
Tomé
el sobre con los trescientos mil yenes y dejé el edificio.
No
fui capaz de comprender cómo lo habían hecho, pero en verdad se sintió como si
hubiera perdido mi futuro. Fue como si hubiera perdido el 90 porciento del
centro de mi cuerpo. Aparentemente, las gallinas pueden correr por un tiempo
luego de ser decapitadas, y eso se sintió parecido. No hubiese sido incorrecto
llamarme cadáver.
Ahora
que mi cuerpo estaba casi seguro de morir antes de cumplir los veintiún años,
este fue mucho más impaciente que un cuerpo que pretendía vivir hasta los
ochenta. El peso de cada segundo que pasaba era cada vez mayor. Cuando esperaba
vivir hasta los ochenta, tuve esa arrogancia inconsciente de saber que aún
tenía sesenta años por vivir. Ahora que esos sesenta años se convirtieron en
tres meses, me vi plagado de una insistencia en que constantemente tenía que hacer
algo.
Pero
por ahora, solamente quería regresar a casa y dormir. Había estado todo el día
caminando, y me encontraba exhausto. Podía pensar en qué hacer una vez que
durmiera lo suficiente y pudiera despertar renovado.
En
el camino a casa, me topé con un hombre extraño. Parecía estar al principio de
sus veinte, y estaba caminando solo con una enorme sonrisa en su rostro, como
si no pudiera contener su alegría.
Eso
me enfureció.
Pasé
por una licorería en el distrito comercial y compré cuatro latas de cerveza,
después encontré un puesto callejero, donde ordené cinco brochetas de pollo
yakitori. Comí y bebí hasta saciarme de regreso a casa.
Me
quedaban tres meses de vida. Ya no había necesidad de cuidar mi dinero.
Había
pasado mucho tiempo desde que tomé alcohol. Tal vez fue una mala idea beberlo
cuando me sentía tan deprimido. De todas maneras, me emborraché bastante
rápido, y no había pasado más de treinta minutos desde que llegué a casa hasta
que comencé a vomitar.
Así
fue como mis últimos tres meses empezaron.
Y
de la peor manera posible.